Habiéndose cumplido por estos días el 35 aniversario del asesinato del Padre Carlos Mujica, publicamos una breve reseña-homenaje que escrita por unos de los miembros de AJuS.
Homenaje al Padre Mujica
Hace 35 años, justo el 11 de mayo de 1974, un sábado otoñal como hoy, ya de nochecita, a eso de las 20.15 hs., el padre Carlos, el padre Carlos Mujica, salió de la parroquia San Francisco Solano -ahí por Villa Luro-, donde acababa de dar misa y charlar con unas parejas que se iban a casar, y encaraba ya para su Renault 4 azul, estacionado en frente, cuando un hombre de bigotes se le acercó y le preguntó: “¿usted es el padre Carlos?”. Respondió que sí y 5 balas de ametralladora le llenaron el pecho. Quedó agonizante el padre Carlos y un rato después, a las 9 de la noche, murió en el hospital de la zona, el Salaberry.
Hoy, la fecha nos llama a recordarlo, pero como festejar su memoria justamente en un nuevo aniversario de su muerte nos puede llevar a la contradicción de olvidar la importancia de la vida, la urgencia de la vida, no vamos a seguir dando detalles sobre el episodio trágico, ni vamos a referirnos a sus autores. Vamos a ver, sí, cómo dio la vida por los demás. Pero como dar la vida con sentido cristiano, según él decía, no consiste en un gran acto heroico, sino en pequeños actos heroicos cotidianos; no es sólo dar la muerte, sino dar cada instante de la existencia, nos vamos a referir a esos pequeños actos e instantes cotidianos de su existencia que marcan su fe más profunda y su compromiso mayor.
Mujica, que había nacido en 1930 en una familia más o menos oligárquica, durante su infancia, adolescencia y juventud se cría, inquietud más inquietud menos, como cualquier chico de su medio. Practica muchos deportes, cursa normalmente sus estudios secundarios en el Colegio Nacional de Buenos Aires y hasta se mete dos años a estudiar Derecho en la UBA. A los 21 años da un giro importante en su vida: madura en él la idea religiosa y decide meterse en el seminario. Pero todavía no había dado el giro más importante. Como él dice: su religiosidad era individualista, vivía el catolicismo de su clase, fiel al eslogan “salva tu alma”.
El giro más profundo, el verdadero, el definitivo, se va a dar unos años después, cuando comienza a colaborar pastoralmente con el padre Iriarte en las misiones a conventillos de la parroquia Santa Rosa de Lima. En esos días, en contacto con los pobres, los humildes, empieza a descubrir la visión distorsionada de la realidad en que vivía, propia de su condición social y de la iglesia en que militaba, y su concepción católica individualista entra en crisis. Comienza a entender que el cristianismo es esencialmente comunitario y que el mensaje de Jesús está centrado en el amor al prójimo, pero no en un amor abstracto como el que él venía practicando, sino en un amor real, concreto y palpable por los hermanos próximos, por los humildes y más necesitados.
Hay en estos momentos de replanteo, de cuestionamiento, un hecho trascendente que lo hace caer en la cuenta de la distancia que lo separaba del pueblo humilde con el que él, justamente, se quería comprometer. Lo cuenta él mismo de esta manera: “Después de haber participado yo del júbilo orgiástico de la oligarquía por la caída de Perón, una noche fui al conventillo de la calle Salta como de costumbre. Tenía que atravesar un callejón medio a oscuras y de pronto bajo la luz muy tenue de la única bombita, ví escrito con tizas y en letras muy grandes: “Sin Perón no hay Patria ni Dios. Abajo los curas”. Me di cuenta de que la gente humilde estaba de duelo, y si la gente humilde estaba de duelo, entonces yo estaba en la vereda de enfrente”.
Hasta aquí había comenzado a entender que lo que Cristo nos enseña en el Evangelio es que el modo no ilusorio, no engañoso, de estar cerca de él, es estar junto a los hombres; que la suerte eterna del hombre depende del amor real, concreto y eficaz que se haya tenido con el hermano. Pero a partir de este hecho, y de otras experiencias que luego tiene como misionero por el interior del país, empieza poco a poco a entender que esta exigencia del amor no sólo tiene una dimensión personal, sino también una dimensión estructural, a nivel colectivo, de pueblo.
Por eso, en los primeros años de la década del 60, ya ordenado sacerdote, decide extender su compromiso de hecho con los pobres al más estructural y general de la política, y en su prédica sacerdotal comienza a hablar de la necesidad de la revolución social y a manifestar su adhesión al peronismo por entonces proscripto. Esto le trae problemas con la feligrecia paqueta de la iglesia del “Socorro”, que pide su traslado lográndolo. Él recuerda este episodio, diciendo: “Creo que la misión del sacerdote es evangelizar a los pobres e interpelar a los ricos. Y bueno, llega un momento en que los ricos no quieren que se les predique más, como sucedió en el Socorro, cuando me echaron porque las señoras gordas le fueron a decir al párroco que yo hacía política en misa”.
En el transcurso de los 60, su encendida y pública defensa del peronismo, como la frecuencia con que en sus alocuciones cita al Che Guevara, Mao y Camilo Torres, le va trayendo abiertos y cada vez más frecuentes choques con el Arzobispo Juan Carlos Aramburu. Después viene su adhesiónl, en 1968, al Movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo, y casi inmediatamente su designación como sacerdote a cargo de una capilla a construir en la villa de Retiro, donde permaneció hasta su muerte y donde selló su compromiso cristiano más profundo con el pueblo humilde, con sus hermanos villeros -como él decía-. Es en esta época final, trabajando en esta villa, desde la capilla “Cristo Obrero”, donde más se vincula con el pueblo humilde, donde mejor demuestra su opción por los pobres, a la vez que más se compromete con la defensa del peronismo.
Data de esta etapa final un artículo suyo publicado en la revista “Cristianismo y Revolución”, donde reflexiona sobre la relación entre peronismo y cristianismo. Van a continuación algunos de sus extractos más relevantes: “Si históricamente hubo algún desentendimiento entre la Iglesia y el peronismo, éste se debió, más allá de los errores fruto de actitudes personales, a incomprensión por parte de hombres de la iglesia del sentido profundamente liberador del movimiento popular. Se debió a que algunos de nosotros en lugar de analizar la realidad desde el pueblo, desde los pobres como lo manda Jesús en el evangelio, infectados por una mentalidad elitista lo veíamos todo desde una óptica oligárquica. Y claro que para la oligarquía el peronismo era el desastre, la hora de los «negros». Pero para los hoy mis queridos cabecitas el peronismo fue, es y será, si continúa fiel a sus esencias y desarrolla su entraña revolucionaria, el movimiento de redención social más formidable que ha conocido nuestra Patria... Hoy los cristianos hemos comprendido que la exigencia del amor... (no sólo es) a nivel de individuos sino a nivel de pueblos. Y fue a nivel de pueblo que él peronismo a través de su paso por el gobierno realizó el mandato evangélico del amor real y verdadero a los humildes. Por eso es importante que hoy los cristianos, después de lavarnos la cabeza de tanta influencia laicista y liberal nos integremos en este proceso histórico que se ha iniciado en la Patria el 25 de mayo, no para traer agua para nuestro molino pretendiendo servirnos de algún trozo del poder para nuestras obras, sino haciéndonos pueblo, luchando con austeridad, honestidad y grandeza junto a los humildes por la liberación nacional. Es decir, asumir el ejemplo de Cristo que no vino a ser servido sino a servir y dar la vida por sus hermanos”.
Este compromiso de Mujica con la política y en especial con el peronismo, le valió encasillamientos superficiales tanto por izquierda como por derecha. Algunos lo atacaron por no considerarlo lo suficientemente revolucionario en su definiciones y otros lo acusaron de guerrillero radicalizado promotor de la lucha armada. Pero lo cierto es que Mujica estaba muy por encima de rótulos estrictamente ideológico-políticos. Lo fundamental de él fue su amor incondicional por los pobres. Escuchó lo que el pueblo tenía para decirle y fue obediente a esa “vox dei”. Mujica cambió de vida, se convirtió a la realidad, y para eso se dejó enseñar por el pueblo. Es en ese convertirse al pueblo, en ese convertirse a los tiempos del pueblo, a sus valores, sus símbolos y su fe, que debemos buscar el compromiso de Mujica con el peronismo. Nada más -y nada menos- que en eso. Su peronismo no es más que la directa consecuencia de su compromiso cristiano con el pueblo, con su prójimo humilde inmediato.
Voy, finalmente, a cerrar este recordatorio con las partes principales de una carta muy conmovedora que una señora “bien” de Barrio Norte mandó al padre Vernazza, amigo de Mujica, unos días después de su asesinato, contándole la profunda impresión que le causaron, casi en términos de una revelación, las escenas del cortejo fúnebre del padre villero que por casualidad vio pasar por su barrio. Aunque prometimos al principio no referir ningún detalle más acerca de la muerte, por esto de evitar caer en la contradicción de olvidar la importancia de la vida en un homenaje a él, creo esencial traer esta carta porque sus impresiones, pese a estar referidas a los momentos del cortejo fúnebre de sus restos, resultan, paradójicamente, de toda luminosidad, llenas de vida.
Escribe la señora: “El domingo me enteré por los diarios de la mañana, de la muerte trágica del P. Mugica. En mi parroquia San Agustín, escuché al sacerdote referirse, consternado, al hecho. En mí, hubo una reacción traducida, más o menos, en estos pensamientos: "Era partidario de la violencia, cayó en su ley ... El se lo buscó... Bastante mal ha hecho a la Iglesia con su politiquería" ...etc. El resto del día olvidé el suceso. El lunes al mediodía regresaba a casa, cuando a la altura de Libertador y Bustamante pasaba el cortejo fúnebre. Es a partir de ese momento, que quiero que alguno de los que iban allí, entre los que estoy segura usted estaba, sepan lo que recibí como gracia y, ¿porqué no?, revelación. Al ver a los "villeros" surgió automáticamente el consabido juicio sobre ellos: "Estos haraganes, borrachos, peronistas, desagradecidos, etc. van a aprovechar la ocasión para hacer un regio carnaval, matizado con política" .-Sólo un momento duró este pensamiento, porque tuve la respuesta que jamás esperé. Como a Pablo en el camino a Damasco, también a mi una luz me derribó interiormente y pregunté casi a ciegas: "Señor, ¿quién eres?". Sí -Sentí la presencia del Señor entre ese grupo apretado y silencioso, que reflejaba en las caras de sus componentes, una profunda tristeza; caras con rastros de lágrimas recientes; de noche pasada sin dormir; caras de frío. Pero no advertí ni una mirada de rencor, ni de envidia, ni de resentimiento hacia los que los mirábamos... supe con certeza que Cristo también estaba "del otro lado"; al menos, en ese momento, el Cristo del Evangelio no era el que yo creía tener. Cayó, dentro de mí, hecho añicos, un ídolo que durante años, mi ambiente social, mi educación religiosa y familiar, mis prejuicios, habían fabricado... Tal vez yo pueda encontrar al Señor en una dimensión distinta, gracias a esta pena que hoy viven ustedes. De lo que estoy segura es que a partir de lo experimentado el lunes, mi juicio sobre los "cabecitas negras", "villeros", etc. será otro, porque desde entonces tienen rostro, expresión de dolor, miradas que no podré olvidar...¡Quién sabe si algún día no aceptarán ellos mis manos para entrelazarlas con las suyas, y pueda yo llamarlos en lo más profundo del corazón, sin recitados ni sentimentalismos inútiles, "¡hermanos!"... Rueguen ustedes para que la gracia que he recibido no sea estéril en mi”.
Homenaje al Padre Mujica
Hace 35 años, justo el 11 de mayo de 1974, un sábado otoñal como hoy, ya de nochecita, a eso de las 20.15 hs., el padre Carlos, el padre Carlos Mujica, salió de la parroquia San Francisco Solano -ahí por Villa Luro-, donde acababa de dar misa y charlar con unas parejas que se iban a casar, y encaraba ya para su Renault 4 azul, estacionado en frente, cuando un hombre de bigotes se le acercó y le preguntó: “¿usted es el padre Carlos?”. Respondió que sí y 5 balas de ametralladora le llenaron el pecho. Quedó agonizante el padre Carlos y un rato después, a las 9 de la noche, murió en el hospital de la zona, el Salaberry.
Hoy, la fecha nos llama a recordarlo, pero como festejar su memoria justamente en un nuevo aniversario de su muerte nos puede llevar a la contradicción de olvidar la importancia de la vida, la urgencia de la vida, no vamos a seguir dando detalles sobre el episodio trágico, ni vamos a referirnos a sus autores. Vamos a ver, sí, cómo dio la vida por los demás. Pero como dar la vida con sentido cristiano, según él decía, no consiste en un gran acto heroico, sino en pequeños actos heroicos cotidianos; no es sólo dar la muerte, sino dar cada instante de la existencia, nos vamos a referir a esos pequeños actos e instantes cotidianos de su existencia que marcan su fe más profunda y su compromiso mayor.
Mujica, que había nacido en 1930 en una familia más o menos oligárquica, durante su infancia, adolescencia y juventud se cría, inquietud más inquietud menos, como cualquier chico de su medio. Practica muchos deportes, cursa normalmente sus estudios secundarios en el Colegio Nacional de Buenos Aires y hasta se mete dos años a estudiar Derecho en la UBA. A los 21 años da un giro importante en su vida: madura en él la idea religiosa y decide meterse en el seminario. Pero todavía no había dado el giro más importante. Como él dice: su religiosidad era individualista, vivía el catolicismo de su clase, fiel al eslogan “salva tu alma”.
El giro más profundo, el verdadero, el definitivo, se va a dar unos años después, cuando comienza a colaborar pastoralmente con el padre Iriarte en las misiones a conventillos de la parroquia Santa Rosa de Lima. En esos días, en contacto con los pobres, los humildes, empieza a descubrir la visión distorsionada de la realidad en que vivía, propia de su condición social y de la iglesia en que militaba, y su concepción católica individualista entra en crisis. Comienza a entender que el cristianismo es esencialmente comunitario y que el mensaje de Jesús está centrado en el amor al prójimo, pero no en un amor abstracto como el que él venía practicando, sino en un amor real, concreto y palpable por los hermanos próximos, por los humildes y más necesitados.
Hay en estos momentos de replanteo, de cuestionamiento, un hecho trascendente que lo hace caer en la cuenta de la distancia que lo separaba del pueblo humilde con el que él, justamente, se quería comprometer. Lo cuenta él mismo de esta manera: “Después de haber participado yo del júbilo orgiástico de la oligarquía por la caída de Perón, una noche fui al conventillo de la calle Salta como de costumbre. Tenía que atravesar un callejón medio a oscuras y de pronto bajo la luz muy tenue de la única bombita, ví escrito con tizas y en letras muy grandes: “Sin Perón no hay Patria ni Dios. Abajo los curas”. Me di cuenta de que la gente humilde estaba de duelo, y si la gente humilde estaba de duelo, entonces yo estaba en la vereda de enfrente”.
Hasta aquí había comenzado a entender que lo que Cristo nos enseña en el Evangelio es que el modo no ilusorio, no engañoso, de estar cerca de él, es estar junto a los hombres; que la suerte eterna del hombre depende del amor real, concreto y eficaz que se haya tenido con el hermano. Pero a partir de este hecho, y de otras experiencias que luego tiene como misionero por el interior del país, empieza poco a poco a entender que esta exigencia del amor no sólo tiene una dimensión personal, sino también una dimensión estructural, a nivel colectivo, de pueblo.
Por eso, en los primeros años de la década del 60, ya ordenado sacerdote, decide extender su compromiso de hecho con los pobres al más estructural y general de la política, y en su prédica sacerdotal comienza a hablar de la necesidad de la revolución social y a manifestar su adhesión al peronismo por entonces proscripto. Esto le trae problemas con la feligrecia paqueta de la iglesia del “Socorro”, que pide su traslado lográndolo. Él recuerda este episodio, diciendo: “Creo que la misión del sacerdote es evangelizar a los pobres e interpelar a los ricos. Y bueno, llega un momento en que los ricos no quieren que se les predique más, como sucedió en el Socorro, cuando me echaron porque las señoras gordas le fueron a decir al párroco que yo hacía política en misa”.
En el transcurso de los 60, su encendida y pública defensa del peronismo, como la frecuencia con que en sus alocuciones cita al Che Guevara, Mao y Camilo Torres, le va trayendo abiertos y cada vez más frecuentes choques con el Arzobispo Juan Carlos Aramburu. Después viene su adhesiónl, en 1968, al Movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo, y casi inmediatamente su designación como sacerdote a cargo de una capilla a construir en la villa de Retiro, donde permaneció hasta su muerte y donde selló su compromiso cristiano más profundo con el pueblo humilde, con sus hermanos villeros -como él decía-. Es en esta época final, trabajando en esta villa, desde la capilla “Cristo Obrero”, donde más se vincula con el pueblo humilde, donde mejor demuestra su opción por los pobres, a la vez que más se compromete con la defensa del peronismo.
Data de esta etapa final un artículo suyo publicado en la revista “Cristianismo y Revolución”, donde reflexiona sobre la relación entre peronismo y cristianismo. Van a continuación algunos de sus extractos más relevantes: “Si históricamente hubo algún desentendimiento entre la Iglesia y el peronismo, éste se debió, más allá de los errores fruto de actitudes personales, a incomprensión por parte de hombres de la iglesia del sentido profundamente liberador del movimiento popular. Se debió a que algunos de nosotros en lugar de analizar la realidad desde el pueblo, desde los pobres como lo manda Jesús en el evangelio, infectados por una mentalidad elitista lo veíamos todo desde una óptica oligárquica. Y claro que para la oligarquía el peronismo era el desastre, la hora de los «negros». Pero para los hoy mis queridos cabecitas el peronismo fue, es y será, si continúa fiel a sus esencias y desarrolla su entraña revolucionaria, el movimiento de redención social más formidable que ha conocido nuestra Patria... Hoy los cristianos hemos comprendido que la exigencia del amor... (no sólo es) a nivel de individuos sino a nivel de pueblos. Y fue a nivel de pueblo que él peronismo a través de su paso por el gobierno realizó el mandato evangélico del amor real y verdadero a los humildes. Por eso es importante que hoy los cristianos, después de lavarnos la cabeza de tanta influencia laicista y liberal nos integremos en este proceso histórico que se ha iniciado en la Patria el 25 de mayo, no para traer agua para nuestro molino pretendiendo servirnos de algún trozo del poder para nuestras obras, sino haciéndonos pueblo, luchando con austeridad, honestidad y grandeza junto a los humildes por la liberación nacional. Es decir, asumir el ejemplo de Cristo que no vino a ser servido sino a servir y dar la vida por sus hermanos”.
Este compromiso de Mujica con la política y en especial con el peronismo, le valió encasillamientos superficiales tanto por izquierda como por derecha. Algunos lo atacaron por no considerarlo lo suficientemente revolucionario en su definiciones y otros lo acusaron de guerrillero radicalizado promotor de la lucha armada. Pero lo cierto es que Mujica estaba muy por encima de rótulos estrictamente ideológico-políticos. Lo fundamental de él fue su amor incondicional por los pobres. Escuchó lo que el pueblo tenía para decirle y fue obediente a esa “vox dei”. Mujica cambió de vida, se convirtió a la realidad, y para eso se dejó enseñar por el pueblo. Es en ese convertirse al pueblo, en ese convertirse a los tiempos del pueblo, a sus valores, sus símbolos y su fe, que debemos buscar el compromiso de Mujica con el peronismo. Nada más -y nada menos- que en eso. Su peronismo no es más que la directa consecuencia de su compromiso cristiano con el pueblo, con su prójimo humilde inmediato.
Voy, finalmente, a cerrar este recordatorio con las partes principales de una carta muy conmovedora que una señora “bien” de Barrio Norte mandó al padre Vernazza, amigo de Mujica, unos días después de su asesinato, contándole la profunda impresión que le causaron, casi en términos de una revelación, las escenas del cortejo fúnebre del padre villero que por casualidad vio pasar por su barrio. Aunque prometimos al principio no referir ningún detalle más acerca de la muerte, por esto de evitar caer en la contradicción de olvidar la importancia de la vida en un homenaje a él, creo esencial traer esta carta porque sus impresiones, pese a estar referidas a los momentos del cortejo fúnebre de sus restos, resultan, paradójicamente, de toda luminosidad, llenas de vida.
Escribe la señora: “El domingo me enteré por los diarios de la mañana, de la muerte trágica del P. Mugica. En mi parroquia San Agustín, escuché al sacerdote referirse, consternado, al hecho. En mí, hubo una reacción traducida, más o menos, en estos pensamientos: "Era partidario de la violencia, cayó en su ley ... El se lo buscó... Bastante mal ha hecho a la Iglesia con su politiquería" ...etc. El resto del día olvidé el suceso. El lunes al mediodía regresaba a casa, cuando a la altura de Libertador y Bustamante pasaba el cortejo fúnebre. Es a partir de ese momento, que quiero que alguno de los que iban allí, entre los que estoy segura usted estaba, sepan lo que recibí como gracia y, ¿porqué no?, revelación. Al ver a los "villeros" surgió automáticamente el consabido juicio sobre ellos: "Estos haraganes, borrachos, peronistas, desagradecidos, etc. van a aprovechar la ocasión para hacer un regio carnaval, matizado con política" .-Sólo un momento duró este pensamiento, porque tuve la respuesta que jamás esperé. Como a Pablo en el camino a Damasco, también a mi una luz me derribó interiormente y pregunté casi a ciegas: "Señor, ¿quién eres?". Sí -Sentí la presencia del Señor entre ese grupo apretado y silencioso, que reflejaba en las caras de sus componentes, una profunda tristeza; caras con rastros de lágrimas recientes; de noche pasada sin dormir; caras de frío. Pero no advertí ni una mirada de rencor, ni de envidia, ni de resentimiento hacia los que los mirábamos... supe con certeza que Cristo también estaba "del otro lado"; al menos, en ese momento, el Cristo del Evangelio no era el que yo creía tener. Cayó, dentro de mí, hecho añicos, un ídolo que durante años, mi ambiente social, mi educación religiosa y familiar, mis prejuicios, habían fabricado... Tal vez yo pueda encontrar al Señor en una dimensión distinta, gracias a esta pena que hoy viven ustedes. De lo que estoy segura es que a partir de lo experimentado el lunes, mi juicio sobre los "cabecitas negras", "villeros", etc. será otro, porque desde entonces tienen rostro, expresión de dolor, miradas que no podré olvidar...¡Quién sabe si algún día no aceptarán ellos mis manos para entrelazarlas con las suyas, y pueda yo llamarlos en lo más profundo del corazón, sin recitados ni sentimentalismos inútiles, "¡hermanos!"... Rueguen ustedes para que la gracia que he recibido no sea estéril en mi”.
Pablo G.T.
Tal vez como la Sra que recibió una enseñanza, que ella llama "gracia de Dios", todos debamos aprender a amar a nuestros hermanos más desposeídos... Pero a veces, nuestras actitudes dan cuenta del odio, y más odio...
ResponderEliminarMuy buen post...
Saludos